In Memoriam |
Las navidades eran vacaciones, frió, horas jugando en la calle, gorro, bufanda y manoplas de lana. Mejillas rosadas y pies gélidos en unas botas de goma. Un árbol de navidad adornado con bolas de cristal que difícilmente cumplirían otro año, espumillón rojo, azul, verde, oro y plata; juntos y revueltos en una estética imposible de asumir hoy en día. Lo coronaba una estrella de purpurina motivo de regañina entre hermanas por ver quien asumía tal honor.
La calle tenia aroma a castañas asadas, niebla y llovizna. Los chavales cantaban el aguinaldo con pandereta y zambomba. Entonces, entre otras, las monedas eran de céntimo, dos reales, peseta, dos pesetas y media, y duro. Llaves que abrían el ventanuco del kiosco de dulces de la esquina.
Mi casa, limpia y adornada, olía a horno encendido, azúcar caramelizado, cordero asado y caldo caliente que madre preparaba mientras canturreaba alguna copla o villancico en un aliño de amor indescriptible.
A padre le quedaba la labor de preparar la bandeja de turrones, tarea que no comenzaba sin servirse antes un chato de vino. Como si de un rompecabezas se tratara, iba combinando colores y sabores en pedazos casi idénticos, coco, nata y nueces, jijona, alicante, y chocolate con arroz crujiente. Terminaba su obra con una lluvia de pasas, peladillas y piñones.
Venían los abuelos, tíos, primos y Los Reyes Magos siempre con defecto de carga en juguetes, pero generosos en cuadernos, lápices de colores, plumieres, libros, zapatillas y pijamas.
Las Navidades, ahora, son familia, cariño, y alegría por la ilusión que habita en nuestros hijos. Y nostalgia. Nostalgia por el recuerdo del hombre que se fue un día de Nochebuena sin poder servirse su chato de vino, dejándonos el corazón lleno de amor y una bandeja de turrones por preparar.
Ier PREMIO II CONCURSO MICROCUENTOS RIOS DE TINTA